En la vida de todo deportista profesional hay días en los que el rendimiento es más alto y otros en que es más bajo. Cuando el estado de ánimo acompaña, y nos sentimos confiados y seguros, el rendimiento mejora.
En otras ocasiones, a pesar de realizar concienzudamente los entrenamientos programados, y de pensar que se está haciendo lo correcto, el rendimiento no es el esperado. Puede que el entrenamiento no sea el más idóneo, pero a largo plazo lo más probable es que las expectativas creadas respecto al resultado estén influyendo en el estado de ánimo del atleta, que está más pendiente de ganar el encuentro que de desplegar su potencial. Entonces el deportista se desanima puesto que, a pesar de entrenar duro, no consigue desarrollar su juego y conseguir resultados.
La presión a la que se ve sometido un deportista profesional es un factor que debe gestionar durante toda la carrera. De hecho, muchos deportistas abandonan su carrera por este motivo. Otros no muestran nunca su mejor versión precisamente poque están más preocupados por la victoria que por disfrutar del proceso.
Hay muchos ejemplos de esto, pero uno que a mí me sorprendió intensamente fue el del croata Goran Ivanisevic. A pesar de que había sido sido uno de los grandes tenistas de los últimos años, en el año 2001 Goran Ivanisevic nunca había ganado un Grand Slam ni había ocupado el número 1 del mundo. En Wimbledon, donde la superficie favorecía su juego de saque y volea, había alcanzado 3 finales pero las había perdido contra André Agassi y Pete Sampras (en dos ocasiones).
Ese año, Ivanisevic había bajado hasta el puesto 125 del ranking ATP tras una lesión en el hombro, lo que matemáticamente no le daba opción para inscribirse en Wimbledon. Además, no venía desarrollando su mejor juego. La organización, atendiendo a su historial, le otorgó el Wild Card (invitación) y finalmente participó en el torneo. Contra todo pronóstico, el croata fue ganando sus partidos hasta plantarse en la final ante Patrick Rafter, a quien venció en el 5º set por 9 juegos a 7 en un emotivo partido.
Sin entrar a valorar si hasta entonces el tenista rendía mejor o peor en la competición, sí que podemos afirmar que, cuando menos presión tuvo, fue cuando consiguió su mejor resultado, gracias a que obtuvo un rendimiento extraordinario. Esto nos viene a demostrar que es fundamental que el atleta trabaje sus emociones y aprenda a gestionarlas, puesto que éstas están muy presentes antes, durante y después de la competición. Las expectativas que uno tiene sobre sí mismo, y las que siente que los demás han depositado en él, hacen que muchas veces no mostremos nuestra mejor versión, y que nos preocupemos más en la recompensa que en el proceso.
Está claro que, cuando la presión baja, el coste de la derrota es menor, y por eso no está presente el miedo a perder. Pero hay jugadores que, justo cuando la presión es máxima, desarrollan su mejor juego. Es muy probable que todos ellos hayan realizado trabajo de apoyo psicológico o coaching.
A los grandes deportistas les encanta vencer, pero a veces olvidamos que el primer rival a quien hay que vencer es a nosotros mismos, a nuestros miedos y expectativas, que nos alejan de nuestro rendimiento extraordinario.
A través del coaching, puedes aprender a identificar tus emociones y gestionarlas. Aprenderás a comprometerte con tu proyecto con emociones que te empoderen en lugar de las que te limitan, además de reconocer tus fortalezas y áreas de mejora. Un proceso de coaching puede ser la herramienta que te haga pasar de lo esperable a lo sorprendente.